Límites
Olvidados los clásicos, los modernos no acabamos de acertar en un camino de equilibrio y crecimiento ciudadano. Aquel humanismo griego que nos hablaba, y nos habla, de los límites de la razón, que no ignora los aspectos más trágicos de la existencia humana, pero confía en el poder del conocimiento y de la acción para superarlos. La prudencia es la primera y la última palabra de ese humanismo trágico que invita al hombre a querer todo lo posible, pero solamente lo posible, y a dejar el resto a los dioses. Nos hemos alejado de este humanismo. Y así nos va.
Ahora los límites los marcan las leyes, necesarias en un estado de derecho, pero insuficientes para hacer ciudadanos. Si se quema el bosque, endurezcamos las penas. Si los anti-sistema bloquean la ciudad, apliquémosles las leyes. Si crece el tráfico de drogas, mano dura con los traficantes. Si se roban los productos del campo, los rodeamos de vallas. Y así. Hace ya mucho que nuestra escuela y nuestra familia no educan en los límites, límites del propio individuo y límites de la sociedad en la que tendrá que desenvolverse.
Una de las primeras claves de la felicidad, individual y colectiva, es el conocimiento de los propios límites y su aceptación. Y digo felicidad y no bienestar. No son lo mismo. Este es otro debate. Desde sus límites el individuo pone en marcha su creatividad, su libertad, su búsqueda y su solidaridad. El grito es: ¡creativos, no usuarios! Porque no se respetan los límites de las leyes porque el individuo no conoce sus propios límites. Y quema, asalta, golpea y destroza cuanto sale a su paso.
A alguien le puede parecer este humanismo un humanismo de baja tensión. Desactivador de energías necesarias y justas. Considérese detenidamente. Las tertulias de cualquier signo se mueven en torno a la ley y la ideología de profesión. Alguien tiene que hablar, en las tertulias, en los medios, de antropología, de filosofía, de fundamento. El ciudadano es algo más que un voto, una idea política, una opción de partido. Familia, escuela y universidad tiene mucho que decir y, por tanto, a mi parecer, mucho que recuperar. Desear todo lo posible, solamente lo posible, y dejar lo demás a los dioses. Curiosamente todavía hablamos de Aristóteles. Por algo será.
Blas Silvestre.
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