domingo, 8 de junio de 2014

La vida no es un dilema

La vida no es un dilema, la vida es un problema.

Sugerencias para políticos y periodistas en  
“tiempos sombríos”

Bond of Union, 1956 litografía de  M.C. Escher - National Gallery of Canada

Uno de mis maestros en bioética ha sido, y es, Diego Gracia. Junto con los valencianos y universales Adela Cortina y Jesús Conill, ya desde hace unas tres décadas, me enseñaron a pensar la ética y la bioética como una entrada en la filosofía, la teología y la sociedad. Ellos me enseñaron que existen dos aproximaciones diferentes a los problemas éticos y, por extensión, a los políticos y sociales: la aproximación “dilemática” y la aproximación “problemática”. Diego Gracia lleva años reflexionando sobre ello y me ha parecido útil resumir su pensamiento ético en clave sociopolítica para aplicarlo como clarificación a un debate tantas veces confuso e ideologizado alejado de la búsqueda de la verdad.

Se trata de clarificar en el debate sociopolítico la presencia de una sola mentalidad: la dilemática en detrimento de la mentalidad problemática. Son muy distintas y de consecuencias totalmente diferentes.

La aproximación dilemática es la más utilizada por los periodistas y políticos y en consecuencia la que aparece con más frecuencia en los medios de comunicación. Por ejemplo, en los debates televisivos sobre cuestiones éticas, es muy frecuente que se coloque a los participantes en dos hileras, una a la derecha y otra a la izquierda del moderador. En un lado están aquellos que mantienen una opinión positiva, y en el otro lado el grupo contrario, aquellos que consideran que la cuestión debe ser respondida negativamente. De este modo se convierte el problema en un dilema entre dos posturas opuestas y, por lo general, irreductibles.

El vocablo “dilema” proviene de la palabra griega “lémma”, (lo que uno escoge o elige, entre dos (di) posibilidades). Por dilema se entiende, por tanto, la existencia de dos proposiciones opuestas y disyuntivas, de modo que la elección de una de ellas lleva necesariamente al rechazo de la otra. Por el contrario, el vocablo “problema” proviene del verbo griego “pro-ballo”, (arrojar hacia delante). El problema está siempre delante de nosotros, exigiéndonos respuesta. Pero ni nos dice que el conflicto tenga siempre solución, ni que las posibilidades a elegir sean sólo dos, ni menos que la solución racional o razonable sea una y la misma para todos. Los problemas son cuestiones abiertas que no sabemos si seremos capaces de resolver, ni cómo. La solución no está presente desde el principio, y por tanto la cuestión no está en la elección entre dos o más posibles respuestas, sino en la búsqueda común de una respuesta adecuada. 

La mentalidad problemática parte siempre del supuesto de que la realidad es mucho más rica y compleja de todo lo que nosotros podamos concebir, y que por lo tanto hay una inadecuación básica entre la realidad y el razonamiento. Nadie puede abarcar toda la riqueza de la realidad más simple. Sólo Dios conoce la realidad completa y perfectamente. Los seres humanos sólo podemos intentar imitar a Dios, buscando la verdad. No conocemos la realidad suficientemente, y, por tanto, no somos “sophoi”, (sabios). En el mejor de los casos, podemos intentar imitar a Dios en este punto, deseando ser sabios, buscando la sabiduría, esto es, viviendo como “filó-sofos”, (amantes de la sabiduría). La inadecuación entre la complejidad de los hechos y la simplicidad de las ideas es especialmente evidente en las cuestiones prácticas, en política, en ética y en materias técnicas. Esta es la razón por la que los filósofos griegos, especialmente Sócrates y Aristóteles, pensaran que en tales materias la certidumbre es imposible y sólo puede alcanzarse la probabilidad. Ése es también el motivo de que Sócrates haya sido redescubierto y reinterpretado por la filosofía contemporánea, tras Kierkegaard y Nietzsche.

Las cuestiones éticas, sociales y políticas no son matemáticas ni deductivas, sino opinables y paradójicas. La sabiduría que hay que aportar en debate sociopolítico es la sabiduría de la prudencia, tristemente ausente. Y para la prudencia es necesaria la deliberación, la argumentación y no el “y tú más”. Nadie posee la verdad absoluta, razón por la que es necesaria la deliberación colectiva. Todas las perspectivas reales, las de todas las personas implicadas en y afectadas por la decisión, son importantes para perfeccionar nuestro sentido moral, social y político.

El conocimiento de nuestras responsabilidades propias es necesariamente imperfecto e incierto; en otras palabras, es “problemático”. Y sorprendentemente, la incertidumbre intelectual no es incompatible con la responsabilidad; por el contrario, la incertidumbre es una característica típica de nuestras responsabilidades concretas. Los juicios acerca de la responsabilidad no pueden ser seguros sino tan sólo prudentes. Y la prudencia es el arte de tomar decisiones razonables pero inciertas. El uso correcto de la razón en el campo de la ética, la sociedad y la política conduce a tomar decisiones inciertas pero probables o razonables. Y el camino a seguir para realizar juicios prudentes es la “boúleusis”, la deliberación. Éste es el origen del problematismo moral que proponemos para estos “tiempos sombríos”. Problematismo frente a dilematismo: ésta es la cuestión.
 
Y unas palabras sobre el procedimiento de la deliberación para uso de navegantes y de naufragos.

El problema real no está al final del proceso, en la decisión; la verdadera cuestión es el proceso en sí mismo. Entre otras cosas, porque no es seguro que los problemas cualesquiera que sean, puedan tener siempre una solución, y en especial que todos ellos puedan tener una y única solución. El proceso de la deliberación es completamente diferente. Aquí el razonamiento no es la consecuencia de un proceso de “cuantificación” sino de “argumentación”. La diferencia, respecto al dilematismo, es importante. La cuantificación aspira a resolver la cuestión de manera completamente “racional”; mientras que la argumentación aspira tan sólo a ser “razonable”, y tiene, por tanto, un carácter “abierto”. La realidad es interpetable pero hay muchas alternativas de interpretación. Por tanto, es necesario el diálogo cooperativo. Hemos de comenzar las tertulias con un espíritu de apertura dialógica, uno se aproxima al texto (o a otra persona) con la sensación de que tiene algo que enseñamos, una perspectiva capaz de trascender, cambiar o revisar nuestro propio punto de vista de forma productiva y positiva. Este tipo de racionalidad sólo puede desarrollarse a través del diálogo y la deliberación. La razón humana es problemática y deliberativa.

A nuestro entender este es el procedimiento adecuado para analizar cuestiones prácticas, es decir sociales, políticas y éticas, y por tanto el modo de manejar las relaciones interpersonales.

Jesús Conil me enseñó que si la filosofía no sirve para afrontar las cuestiones de la vida práctica, no trae cuenta dedicarse a ella; Adela Cortina me introdujo de lleno en la ética discursiva y Diego Gracia me indicó el camino de la filosofía para saber de verdad bioética. Buenos conocedores los tres del mundo intelectual que rodea las decisiones de la sociedad, son pensadores no en el vacío sino en la problemática de la sociedad. Sus libros así lo demuestran. Recordaré aquí "La deliberación moral" de Diego Gracia, "La ética de la sociedad civil" de Adela Cortina y "Ética hermenéutica" de Jesús Conill.

Blas Silvestre, junio de 2014.

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