lunes, 6 de enero de 2014

Epifanía, día de los Magos de Oriente

Epifanía, día de los Magos de Oriente
 

Adoración de los Magos de Oriente, Libro de estampas bíblicas, 1934 Origen


El viaje de los Magos es un modelo de la vida cristiana entendida como seguimiento, como discipulado, como búsqueda.

El viaje exige valor, desprendimiento, búsqueda, esperanza.

El que está ligado a la tierra por el peso de las cosas, por diversos apegos, por egoísmos, no es capaz de ser peregrino.

El que está convencido de que lo posee todo y de que tiene el monopolio de la verdad no tiene deseos de buscar de continuo; es semejante a los sacerdotes de Jerusalén, fríos exegetas de una palabra que no les atañe ni les convierte.

El que se ha colocado demasiado bien en la ciudad no tiene necesidad de Belén; más aún, Belén se le antoja una insignificante aldea de provincias.

Pero sabemos que muchos se mueven, se hacen pobres peregrinos de la verdad, sin que entre ellos distingamos necesariamente los rostros más conocidos y más distinguidos:

“Muchos vendrán de Oriente y de Occidente y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de los cielos, mientras que los hijos del reino serán arrojados fuera a las tinieblas”. (Mt 8,11-12).

Se abre así, dentro de este relato de viaje, también el motivo universalista de la salvación.

El deseo de salvación de Dios no conoce límites; todos pueden sentirlo y acogerlo.

Y a Cristo, por caminos diversos, llegan ejércitos de cristianos “anónimos”, que le buscan y confiesan sin pronunciar su nombre.

Traen de Madián, de Efá, de Saba, su oro y su incienso, es decir, su justicia y su amor (ls 60,6).

Tributan a Dios su culto ofreciendo incienso y oblaciones puras (Mal 1,11) incluso sin entrar en iglesias o templos.

Hasta se asombrarán al oír que han servido a Cristo: “Señor, ¿cuándo te hemos visto sediento, forastero, enfermo...?” (Mt 25,27ss.).

Más aún, “entre ellos, dice el Señor, me escogeré sacerdotes y levitas” (Is 66,21).

En la pequeña procesión hacia la luz y la verdad de los Magos vemos hoy la gran procesión de la Iglesia, “una multitud ingente que nadie podía contar, de toda nación, raza, pueblo y lengua” (Ap 7,9).

El relato de los Magos es una celebración del bien oculto incluso detrás de fisonomías diversas de las nuestras de cristianos viejos y rígidos.

Más para nosotros y para ellos es indispensable la búsqueda, el viaje, el riesgo.

Al final del viaje después de tantas peripecias y de muchas oscuridades, después de silencios y de caminos equivocados, ante todos los justos se alza Belén.

Es significativo el cuadro final: los Magos son presentados ya como perfectos creyentes, “postrados en adoración” (v. 11).

En efecto, en todo el relato se repetía que la meta del viaje era la profesión de fe: “Hemos venido a adorarle” (v.2.8).

Al que le busca con corazón sincero, Dios le sale al encuentro.

Después de haber pasado hasta por el “valle de la sombra mortal”, el que busca a Dios sale indemne y ve perfilarse en el horizonte la mesa que Dios le ha preparado. “Ante mi preparas tu mesa... tu cáliz rebosa” (Sal 23,5).

Aridez, fracaso, soledad, tinieblas no cuentan ya “porque Tú estás conmigo”.

Sólo los falsos viajeros quedan decepcionados o se encuentran sólo a sí mismos demostrando con ello que nunca han salido hacia el otro.

Nosotros, pues, también salimos de nuestro cómodo campamento, de nuestra condición gris de “buenos” cristianos, continuamos buscando, le seguimos, vamos hacia él, aunque su camino es estrecho y el yugo que lleva es el “oprobio” de la cruz.

Pidámosle que transforme nuestra religión, tranquila y frecuentemente hereditaria, en fe, que es vida y riesgo.

También tú, casa de Jacob, casa de Pedro, ven. Caminemos a la luz del Señor.”

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