Dos madres y dos himnos
Misión Magníficat.
Parroquia San Antonio de Padua. Valencia. Cuaresma 2014.
Rvdo. Don Blas Silvestre
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Visitación - Domenico Ghirlandaio, 1941 - Museo del Louvre |
El himno de Isabel
Ante la presencia de María en su casa, Isabel proclama:
39 En aquellos mismos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; 40 entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. 41 Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel de Espíritu Santo 42 y, levantando la voz, exclamó: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! 43 ¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? 44 Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. 45 Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».
Esta narración que tiene como fondo “la montaña y una ciudad de Judá” identificada como Ain Karim, “la fuente de la vida”, a pocos kilómetros de Jerusalén, enlaza la anunciación a María y la anunciación a Zacarías y tiene como datos fundamentales los dos himnos que las dos protagonistas, Isabel y María, proclaman.
La visitación realiza el encuentro entre el precursor del Mesías y la madre del Mesías. Todo se desarrolla en una casa normal, entre gente sencilla, en la árida zona montañosa de Judá.
Los cantos quieren subrayar este entrelazarse de pobreza y gloria, de finito y de infinito, de humano y de divino.
Veremos en los dos cantos uno de los temas más preferidos del evangelista Lucas: la oración.
Todo el evangelio de la infancia de Jesús está transido de un clima de súplica; la oración se ramifica en él como una respiración que recorre todos los sucesos y los interpreta.
Los verbos de oración se multiplican: orar (1,10), suplicar (1,13; 2,37), bendecir (1,42.64; 2,28.34), alabar (2,13.20), glorificar (2,20), servir (1,74; 2,37), guardar y meditar en el corazón (1,66; 2,19.51)…
Los cantos encierran este secreto de la oración que Isabel y María proclaman y cuya raíz común es la Biblia.
Los dos cantos tienen un fondo común: el mundo de los anawim, los pobres de Yavé que en aquel periodo constituían verdaderas y auténticas comunidades de una corriente espiritual heredera de la teología bíblica del “resto” fiel de Israel”.
Los pobres de Yavé eran ciertamente pobres también en el plano social.
Pero la pobreza bíblica es un concepto simbólico, es decir, reúne en sí otras dimensiones de la existencia humana. El pobre es humilde, enfermo, oprimido; es la viuda, el huérfano; lo contrario del rico, del poderoso, pero es también y sobre todo, el que basa su confianza sólo en Dios y no en la fuerza del hombre.
Iniciamos nuestra meditación con la oración de Isabel, que en cierto sentido es la oración del Bautista ya que a ella se asocia el niño con sus saltos de alegría en el seno de Isabel.
La oración se abre con una bendición mariana que ha entrado en el avemaría:
Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre
Isabel “exclama en “voz alta”, es decir, su himno es una proclamación; la oración verdadera no es ante todo, expresión de un sentimiento, sino celebración y reconocimiento de la acción de Dios en los pobres y en los humildes.
Isabel celebra la maternidad divina de María, exalta a Cristo y alaba a Dios por el don del Hijo.
El Padre, a través del instrumento frágil de una mujer ignorada por la sociedad oriental, presenta al mundo su salvación.
Así, pues, la oración más alta es la alabanza, el canto de agradecimiento por el amor de Dios, la adoración, bendecir a Dios por el simple hecho de que exista.
El canto de Isabel prosigue con una pregunta retórica:
¿Cómo es que la madre de mi Señor venga a mí?
El rey David, recordemos, también se sorprendía al tener que alojar en su casa el Arca de la Alianza:
¿Cómo entrará el arca del Señor en mi casa? 2 Sam 6, 9
María es la nueva arca de la presencia del Señor. Así la oración a María tiene que tener siempre como centro a Cristo. No debemos olvidar que el título decisivo de María es “Madre del Señor”. En ella se nos muestra y ofrece el Salvador del mundo.
La tercera estrofa del canto de Isabel es una bienaventuranza:
Bienaventurada la que ha creído que se cumplirán las palabras del Señor
María es presentada como la que cree en el Señor a diferencia del incrédulo Zacarías.
Podríamos decir que la primera bendición exaltaba la maternidad física y ésta la maternidad espiritual.
La concepción del niño Jesús es obra del Espíritu Santo y, por tanto, se la debe comprender y acoger con fe. Reaparece la figura de María como aquella que “escucha la palabra del Señor y la pone en práctica”.
María reúne en sí las dos declaraciones-bienaventuranzas de Lucas:
Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron
Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica.
Lucas 11, 27-28.
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Virgen María - Giovanni Battista Salvi 1640-1650 - National Gallery de Londres |
El himno de María
Ante el himno de Isabel, María proclama:
46 María dijo: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, 47 se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; 48 porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, 49 porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mí: Su nombre es santo 50 y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. 51 Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, 52 derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, 53 a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. 54 Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia 55 —como lo había prometido a nuestros padres- en favor de Abrahán y su descendencia por siempre». 56 María se quedó con ella unos tres meses y volvió a su casa.
Una de las oraciones más queridas de la tradición cristiana. Todo el Magníficat es un canto del amor de Dios a la tapeinosis, “la pobreza”, la humildad, ser uno de los anawim, característica principal de María.
La oración debe alimentarse de la Biblia, como lo hizo María, como lo ha hecho la liturgia cristiana.
Como el canto de Isabel, la proclama de María arranca de la misma historia bíblica que es la primera forma de oración a Dios.
En las palabras del Magníficat escuchamos el eco del cántico de Ana en 1 Samuel, 2:
“Ana oró diciendo:
Mi corazón se regocija en el Señor,
mi poder se exalta por Dios.
Mi boca se ríe de mis enemigos,
porque gozo con tu salvación.
No hay santo como el Señor,
ni otro fuera de ti, ni roca como nuestro Dios.
No multipliquéis discursos altivos,
ni echéis por la boca arrogancias,
porque el Señor es un Dios que sabe,
él es quien pesa las acciones.
Se rompen los arcos de los valientes,
mientras los cobardes se ciñen de valor.
Los hartos se contratan por el pan,
mientras los hambrientos engordan,
la mujer estéril da a luz siete hijos,
mientras la madre de muchos queda baldía”.
Si desmenuzamos la estructura del Magníficat encontramos:
La misericordia amorosa de Dios está presente en las dos primeras estrofas:
La primera en los versículos 48-50, opone el Dios omnipotente y sus acciones gloriosas a la “pobreza” de su sierva María: “Dios ha mirado la humillación de su esclava, ha hecho obras grandes por mí, su misericordia llega a sus fieles”; la segunda en los versículos 51-55, enumera siete acciones salvíficas de Dios:
“ha desplegado su potencia, ha dispersado a los soberbios de corazón, ha derribado del tono a los poderosos, ha ensalzado a los humildes, ha colmado de bienes a los hambrientos, ha despedido vacíos a los ricos, ha socorrido a Israel su siervo”.
Poniendo de manifiesto otra oposición: la existente entre Dios omnipotente y los orgullosos, los ricos y los poderosos.
La primera reflexión que despliegan los primeros versos del Magníficat es una invitación a descubrir al Dios de la alegría.
El Dios que con su sabiduría danza en la creación como leemos en Proverbios 8, 30-31:
“…[cuando construía el mundo…] yo estaba junto a él como arquitecto y día tras día lo alegraba, todo el tiempo jugaba en su presencia: jugaba con la bola de la tierra, y mis delicias están con los hijos de los hombres”
Al juego puro y benévolo de Dios es invitado a asociarse el hombre rompiendo los esquemas del obrar frenético y egoísta, e introduciendo la contemplación, la esperanza y el amor.
El Magníficat es la expresión personal de esta alegría: “mi alma”, “mi espíritu”, “mi salvador”…
Y entonces, según una deliciosa imagen de Lutero “el hombre jugará con el cielo y la tierra, con el sol y con todas las estrellas; todas las criaturas experimentarán también placer, amor, gozo lírico y reirán contigo y, a tu vez, reirás con ellas”.
Contra una concepción cada vez más económica del mundo, contra el triunfo del poseer y del tener, de la esclavitud de las cosas, el Magníficat exalta la alegría del dar, del perder para encontrar, del acoger, del admirar, la felicidad de la gratuidad, de la contemplación, de la donación.
El hombre se transforma entonces verdaderamente con todo el ser en alabanza de Dios; el hombre se transforma en sacrificio agradable como nos dice Pablo (Rom 12, 1).
O como dice un poeta inglés (John Donne, 1571-1631): “Yo seré tu música, Señor”.
El Magníficat en su estructura es el canto de las opciones caprichosas de Dios que se fija en el pobre, mientras que el poder y la riqueza carecen de todo crédito ante sus ojos.
Esta es la lógica del Cristo Mesías que no vino del fasto naciendo de una reina, sino en la pobreza y de una mujer pobre.
Este es el escándalo de la cruz; esta es la elección de la comunidad cristiana de los orígenes, una comunidad consagrada a la generosidad y a compartir los bienes.
Pero en el Magníficat hay algo más; tenemos la convicción de que Dios, como en la parábola del rico y de Lázaro, invertirá la suerte de esta historia humana torcida.
El poder y la riqueza son caducos, son ídolos muertos, son cañas rotas que agujerean la mano de quien ellas se apoya.
El cántico de María traza esta perspectiva con una serie de paralelismos antitéticos, poderosos-humildes, hambrientos-ricos, orgullosos-temerosos del Señor.
Hay otro elemento.
La oración debe alabar las grandes cosas llevadas a cabo por Dios: su fidelidad, su palabra eficaz, sus atributos fundamentales que María enumera en su trilogía del poder, la santidad y la misericordia.
María interpreta el sentido de su vida partiendo de la experiencia de Israel y de la Biblia.
El relato se cierra con una pequeña indicación: “María se quedó con Isabel tres meses y luego volvió a su casa”.
Una indicación casi de crónica: la espera del parto, la ayuda humilde y afectuosa y luego la vuelta a la aldea de Nazaret en espera de otro acontecimiento misterioso.
Seguramente Lucas aquí nos ha dejado una interpretación no explícita: como el Arca de la Alianza permaneció tres meses en casa de Obededón llenándola de bendiciones (2 Samuel 6, 11), antes de iniciar su camino hacia Jerusalén:
“El Arca del Señor permaneció tres meses en la casa de Obededón de Gat. Y el Señor bendijo a Obededón y a toda su casa. Informaron al rey David: “El Señor ha bendecido la casa de Obededón y todo lo suyo por el Arca de Dios”. Entonces David fue y trajo con algazara el Arca de Dios de la casa de Obededón a la ciudad de David”.
También Isabel es bendecida y llena de gracia porque junto a ella está el arca de la nueva alianza, María signo vivo de la presencia perfecta de Dios a través de su Hijo.
Estas Charlas Cuaresmales tuvieron lugar en la Capilla de la Comunión de San Antonio de Padua los días 24 y 25 de marzo a las 20:00 horas con motivo de las predicaciones "Missio Valencia"