ELOGIO DEL CRISTIANISMO
Monumento a Erasmo en Rotterdam - Foto Original de Carlos Espejo, fuente Flickr |
Cuando en 1511 Erasmo de Rotterdam publica su “Elogio de la locura” ha llegado de Roma y ha ido a casa de Tomás Moro, su amigo y cristiano como él, preocupados por la deriva de la jerarquía eclesiástica alejada del espíritu evangélico anunciado y vivido por Jesús de Nazaret.
Cuando en 2013 el actual Papa Francisco despierta el interés y la curiosidad por igual, difícilmente nos abandona la superficialidad en esta civilización del espectáculo (Vargas Llosa), en honor de Erasmo y de Papa Francisco, se siente el imperioso deseo de un elogio del cristianismo, a la base de tan insignes cristianos y en medio de una cultura que se niega a reconocer sus auténticas raíces.
Y directamente: las Bienaventuranzas, el Magníficat, el vaso de agua dado al más pequeño, el respeto absoluto al niño, el asombro de Jesús ante el misterio de compasión en que se convierten el paralítico, el leproso y tantos otros gestos y actitudes, nos hablan de una nueva sabiduría a la que la sabiduría de Grecia no había llegado. El Evangelio es una afirmación del pobre como hombre. Aquí comienza la locura de Dios al encarnarse y presentarse como hombre (Flp 2, 5-11). Grecia habló maravillosamente (Sócrates, Platón, Sófocles…), del ciudadano, del héroe del hombre y de la mujer bellos e inteligentes. Pero Grecia y el humanismo no hablaron, no fueron capaces de hablar del pobre, del marginado, del hombre hundido, del hombre que por ser económicamente inútil, físicamente roto, afectivamente insignificante o socialmente marginado, debía ser ignorado, echado fuera de la sociedad, mientras exigía sabiduría y buen sentido revestidos de humanismo y clarividencia a quien quería regir la ciudad con orden y eficacia.
Frente a esta distinguida sabiduría, Jesucristo se identifica con el pobre y el oprimido haciéndose pobre con los pobres cuya locura ha descubierto su eminente dignidad. Esto representó un cambio de civilización. El pobre está llamado al mismo destino que el afortunado que ha triunfado, incluso se dice que podrá precederle en el Reino. El miserable y no ya el solamente ciudadano y el genio, se ha convertido en un hombre.
El olvido y la marginación a los que se ha sometido este cambio de civilización son fuente de despersonalización y de elitismo en una sociedad, la nuestra, que clama por la igualdad y al tiempo aumenta las diferencias. Si hubo un tiempo en que necesitábamos un poco de marxismo, se decía, lo que sí necesitamos, y con urgencia, es un mucho de cristianismo.
Blas Silvestre, octubre 2013.
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