domingo, 18 de noviembre de 2012

Para la Reflexión "Teología y Antropología de la Vida Naciente"

Teología y antropología de la vida naciente

La Visitación de Giulio Romano y Giovanni Francesco Penni (diseñado por Rafael) (1517) Museo del Prado. Mas información en la Galeria online del Museo Galeria Online   

La vida del creyente no es una vida irracional. El ciudadano religioso reclama en el espacio público el mismo derecho a la razón que asiste al ciudadano secular. Si el ciudadano secular recurre a su cosmovisión para hacerse presente en el espacio público, ¿por qué se le exige al ciudadano religioso la privatización de su cosmovisión? Un Estado realmente democrático protege por igual la razón secular como la razón religiosa. Sin entrar ahora en la cuestión acerca de que la historia de la razón es imposible sin tener en cuenta la aportación de las tradiciones religiosas, especialmente la cristiana en el mundo occidental. Por ello hemos unido en el título teología y antropología para aportar elementos de reflexión a los problemas en torno a la vida naciente.

Yendo de hoy hacia atrás, la más elemental antropología de la vida cotidiana nos descubre, en este tema de la vida naciente, que una joven madre, certificada su fecundación, corre veloz a casa de su madre y le dice: “¡Mamá, estoy embarazada, esperamos un hijo!”. Sería ridículo hablarle a su madre de “conglomerado de células”.

Esta antropología de lo cotidiano, para el creyente arranca de la antropología bíblica que no deja de ser también una antropología de lo cotidiano. Fe e irracionalidad se compadecen muy mal. El creyente cristiano cabal está lejos de los fundamentalismos. Es el mismo Dios el autor de la fe y de la razón y, por tanto, no puede contradecirse. Hagamos un rastreo, a lo boy scout y a lo científico, en la Biblia para arrojar luz sobre la vida naciente.

El relato de la visita de María a Isabel (Lc 1, 39-48) está marcado por un símbolo delicado y fundamental. El niño “saltó de alegría en el vientre” de Isabel. Esta última, dirigiéndose a María, le dice con una bendición: “¡Bendito el fruto de tu vientre!”. El vientre es un símbolo delicado y fundamental, no sólo porque es imagen de ternura y fecundidad sino también porque es el signo de la vida.

En él tiene sus raíces la vida física de la criatura y en el seno de la madre la Biblia pone en acción al mismo Creador, como canta en una bella estrofa el Salmo 138:

“Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias porque me has escogido portentosamente, porque son admirables tus obras, conocías hasta el fondo de mi alma, no desconocías mis huesos. Cuando en lo oculto, me iba formando, y entretejiendo en lo profundo de la tierra, tus ojos veían mis acciones, se escribían todas en tu libro, calculados estaban mis días antes que llegase el primero.”

Las palabras del salmista nos permiten comprender otro valor del símbolo “seno/vientre”: él no es sólo la raíz del hilo de la vida; es también la raíz de la vocación divina de todo hombre y mujer, es decir, de su misión en la historia. Conocemos la declaración que el Señor hará al joven Jeremías el día de su llamada (1,5):

“Antes de formarte en el vientre, te escogí, antes que salieras del seno materno, te consagré”.

Lo mismo sucederá con el Bautista “lleno del Espíritu Santo ya en el vientre de su madre” (Lucas 1,15), y con Pablo, convencido de haber sido “elegido desde el vientre de su madre” (Gálatas 1,15).

Teniendo detrás esta tradición volcada en el amor a la vida naciente, el creyente no puede menos que proponer al varón y a la hembra de hoy ese amor al hilo inicial de la vida humana. La ciencia médica lucha por la vida y la apoyamos y la necesitamos. Ayuda a la maternidad pero no la sustituye. Antes del día primero, desde lo oculto de la fecundación, ya Alguien nos conoce y nos espera. Pura humanidad.

Blas Silvestre, Noviembre 2012

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