Los Hontanares del Verbo.
(Olegario González de Cardedal, El poder y la conciencia, Espasa Calpe, 1984.)
Juan 1,1ss: “En el principio existía la Palabra…”
Introducción de Blas Silvestre.
La experiencia de contemplar el nacimiento de un río, río Mundo, río Vinalopó, por ejemplo, nos remite directamente a la palabra “hontanar”. Palabra que apenas utilizamos en nuestro hablar cotidiano, pero que encierra un caudal de vida que necesitamos y anhelamos. Las diferencias, los desencuentros, la crispación, necesitan el hontanar de la “Palabra” como nuestra vida necesita el hontanar del río que nos alimenta con su agua. La reflexión que sigue de Olegario González de Cardedal, constituye un lenitivo, una sanación, necesaria para nuestro mundo y nuestro tiempo.
Nacimiento del río Cuervo Foto Original de Salvador Rafael Busó - Fuente Panoramio |
¿Cómo y dónde surge la palabra verdadera? De la esperanza y desesperación, de la arraigada sequedad, de la necesidad de preguntar, del asombro que es el umbral ante misterio, del agradecimiento por haber vivido, de la fidelidad a la tierra que hemos mirado y nos mira, de la necesaria dignidad e irrenunciable libertad, de la orfandad de Dios en añoranza, y grito, y ser. Y esa palabra verdadera purifica al hombre como un sacramento de eternidad y lo recrea para estar luminoso en medio de la realidad, tan frágil como brizna de hierba, tan amenazada como la caña rota al lado del camino. Por eso cae sobre él como un rayo de luz y al tiempo como un rayo de sosiego. Donde ella aparece vuelve el hombre a reconocerse servidor glorioso y humilde señor de todas ellas, igual que el día de la creación primera, cuando venían cual rebaños sedientos a abrevarse en sus fuentes y él las levantaba hasta el Eterno como un adorador agradecido.
Donde no se decapita la palabra ni se la envía al destierro, ni se la envilece sirviendo a los poderosos, allí se la convierte en una escala para ascender a todos los cielos y para descender a todos los infiernos, para plantar todos los árboles y para arrancar todos los arbustos. Cuando la palabra nace y crece entre los hombres cada día, allí está el mundo abierto para que éstos avancen en todas las direcciones, hagan todas las preguntas, y todas las respuestas vengan hacia ellos. Dios sólo desaparece del mundo cuando han sido tapadas las ventanas y cerrados los portillos de las palabras, anulados los caminos del preguntar, soñar y añorar- Por eso la cuestión religiosa aparece siempre y en todos los lugares donde hay un mundo abierto y un hombre que no ha obturado las innumerables necesidades de preguntar, y las infinitas capacidades para discernir, rechazar o consentir respuestas.
El libre derecho para preguntar se convierte así en una actitud decisiva en toda vida del hombre que quiere ser libre como condición de una plenitud que necesita y no simplemente como un distanciamiento de un origen que teme o de un prójimo al que aborrece. El hombre tiene que superar el miedo a la libertad, el acallamiento de sus interrogantes, esa sumisión cobarde a una autoridad, que es sólo una disculpa del riesgo inevitable en toda búsqueda verdadera. Y cuando se ha preguntado y se han seguido las huellas leves, casi indiscernibles, del camino, sabe el hombre de una dolorosa incertidumbre primero y del consentimiento en gozo cierto después.
Y como si se estuviera anticipando a todas las capturas violentas por parte de quienes sólo leen al prójimo para encontrar apoyos a propias ideas, sin respetar el sacrosanto destino de cada hombre en el mundo.